Siempre nos habían dicho que el Camino Inca era algo único, una experiencia que te marca. Y eso fue lo que nos empujó a lanzarnos de lleno a esta locura hermosa. Queríamos vivirlo juntas, paso a paso, y cumplir ese planazo de conocer Machu Picchu de una forma distinta, más auténtica.
Cuando nos enteramos que el Camino Inca tradicional duraba cuatro días, se nos cayó un poco la ilusión —no teníamos tanto tiempo, queríamos recorrer más de Perú—. Pero no nos íbamos a quedar con las ganas. Por suerte, contactamos con la agencia CuscoPeru.com, y ahí fue cuando apareció el gol ¡una versión de dos días, igual de copada! No lo pensamos mucho e hicimos la reserva al toque.
Entonces, ¿Qué fue lo que más nos emocionó del viaje? ¿Qué lugares nos dejaron con la mandíbula en el piso? ¿Y posta que llegar a Machu Picchu por el Camino Inca es tan zarpado como dicen? Acá te lo contamos, sin filtro: lo que vivimos, lo que nos movió, y por qué esta aventura se nos quedó tatuada en el alma.
Tal como nos recomendaron desde la agencia, llegamos unos días antes a Cusco para aclimatarnos y no caer fulminadas por el mal de altura. Y menos mal. La ciudad nos recibió con historia, buen clima y un personal de la agencia que se portó de diez desde el primer minuto.
El día anterior al inicio del camino, Efraín, uno de los capos de CuscoPeru.com, nos juntó para explicarnos todo. Nos pasó el itinerario, nos dijo qué llevar (livianito, ojo, que el camino no perdona), y nos transmitió una calma que te juro nos hizo sentir en casa. Estábamos listas. El corazón nos latía fuerte, como tambor de murga.
A las 4 de la mañana ya estábamos de pie y con cara de sueño. Pero claro, salir temprano era clave para evitar el solazo en la caminata. Y la verdad, fue un acierto total.
El guía y el chofer nos pasaron a buscar puntuales como reloj suizo, y allá fuimos, rumbo a la estación de tren en Ollantaytambo. El frío de Cusco a esa hora te despierta hasta el alma, pero íbamos abrigadas lo justo, como nos habían aconsejado. El viaje fue tranqui, charlando medio dormidas, pero con la adrenalina bien arriba. Ya se sentía que venía algo groso.
Llegamos retemprano y ya el frío aflojaba. La estación nos recibió con ese aire serrano, y el cielo empezaba a pintar colores. Una postal. Subimos al Tren Vistadome, con ventanales enormes, y nos acomodamos con una mezcla de emoción y ansiedad. El paisaje era de película: montañas que parecían salidas de un cuento, el río zigzagueando y, en el fondo, el nevado La Verónica, que nos dejó sin palabras.
Bajamos del tren y la selva nos abrazó. Verde por todos lados, el aire húmedo, y ese ruido constante del río Urubamba que metía presencia. Cruzamos un puente de madera y llegamos al puesto de control donde te registrás. Foto obligada con el cartel del Camino Inca —posta, si hacés este viaje, esa foto es un sí o sí—.
Y ahí empezó todo. Mochilas al hombro, zapatillas listas, y el corazón latiendo a mil.
A los cinco minutos de arrancar ya estábamos frente a nuestro primer sitio arqueológico: Chachabamba. Rómulo nos explicó que era una parada de purificación para quienes iban camino a Machu Picchu. No era solo un conjunto de ruinas: era un lugar sagrado. Ahí fue cuando nos cayó la data: estábamos caminando por donde lo hicieron los incas hace siglos. Un flash total.
Uno de los momentos más zarpados fue conectar con la naturaleza. Había tramos donde la selva te tragaba —literal—, parecía un túnel verde del que salías unos metros más adelante. Subíamos por escaleras de piedra que, según Rómulo, habían sido puestas hace cientos de años por los propios incas. Sentías que cada paso tenía historia.
Y lo mejor: el guía nos sacaba unas fotos tremendas. Se tomaba su tiempo, te buscaba el mejor ángulo y te hacía sentir en una producción de National Geographic. ¡Un genio total!
Con el sol pegando fuerte, encontrar la cascada de Phuyuwachi fue como encontrar agua en el desierto. Un alivio glorioso. Nos sentamos bajo la sombra, escuchando el sonido del agua como si fuera un mantra. Charlamos, descansamos, sacamos fotos a lo pavote. Fue un mimo al cuerpo, pero también al alma.
Después de unas cuatro horas de caminata, llegamos a Wiñayhuayna, y posta que no sabíamos para dónde mirar. Las terrazas incas, la vegetación, las flores… todo parecía montado para dejarte sin aire.
Rómulo nos explicó que fue un centro agrícola clave, y que solo se accede a este lugar si hacés el Camino Inca. Sentimos que habíamos llegado a un sitio exclusivo, como cuando descubrís un bar secreto que nadie más conoce.
Ahí almorzamos, charlamos entre nosotras, y recargamos energías. Ya estábamos cerca del momento más esperado.
Una hora y media después, nos encontramos frente a la Puerta del Sol, o Intipunku. Y ahí fue cuando se nos llenaron los ojos de lágrimas. Desde ese punto, se ve por primera vez Machu Picchu, y no hay foto ni video que te prepare para eso. Estaba ahí, real, gigante, místico.
Nos abrazamos, lloramos un poco (sí, no vamos a mentir), y sacamos la clásica foto. Fue un momento bisagra, de esos que sabés que vas a contar mil veces.
Bajamos en bus hasta Aguas Calientes, ese pueblo que vive al ritmo de Machu Picchu. Es chiquito, sí, pero tiene toda la onda. Fuimos al hotel, descansamos un poco, y salimos a caminar por sus callecitas llenas de mochileros y olor a aventura.
Esa noche nos fuimos a dormir con la emoción aún vibrando, porque al otro día venía la frutilla del postre: recorrer Machu Picchu por dentro y subir a Huayna Picchu.
Nos levantamos a la madrugada (otra vez), pero valió cada bostezo. Estar entre las primeras en entrar a Machu Picchu fue un privilegio. Casi vacío, con neblina bajita y un silencio que pesaba. Recorrimos cada rincón: el Templo del Sol, el de las Tres Ventanas, y cada piedra que parecía hablarnos.
Y después... Huayna Picchu. Acá se puso picante. La subida es gratamente jodida, te exige todo. Hay tramos donde la altura te deja sin aire —y no solo por lo empinado—. Pero cuando llegás arriba... la vista es de otro planeta. Tenés todo Machu Picchu a tus pies. Un regalo impagable.
De vuelta en Aguas Calientes, con las piernas temblando, pero el corazón lleno, no podíamos dejar de hablar de lo que vivimos. Cada una con su momento favorito, pero todas de acuerdo en algo: fue una experiencia inolvidable.
CuscoPeru.com se lució en todo: guía, logística, calidez. Rómulo, nuestro querido guía, se ganó un lugar en nuestros corazones. Si estás pensando en hacer este viaje, no lo dudes ni medio segundo. Hacélo. Vivílo. Y si podés, que sea por el Camino Inca. No hay forma más linda de llegar a Machu Picchu.
¡Atenti viajeras!
Sin dudas, llegar al Intipunku. Esa vista vale todo.
Wiñayhuayna y Huayna Picchu se llevan la copa. Uno por lo exclusivo, el otro por las vistas.
¡Ni lo dudes! Aunque el cansancio pegue, la recompensa lo vale todo.
Obvio. Nos sentimos cuidadas, acompañadas, y todo fluyó como si nos conocieran de siempre. Gracias totales por ayudarnos a vivir una de las mejores aventuras de nuestras vidas.
Pasajeros felices